En la edición de este mes del New Yorker, Gladwell enfoca sus poderosas baterías analíticas sobre el mundo de las redes sociales online. El título, "Small Change", es un doble sentido: en el primer nivel, significa "menudo, sencillo, las monedas que uno lleva en el bolsillo" y, en otro, significa "cambio pequeño", referido a lo impotentes que son las redes sociales para efectuar cambios políticos genuinos. Su primer paso consiste en analizar la sabiduría convencional. Todos conocemos el Zeitgeist: Twitter permitió que la disidencia iraní se organizara para protestar las elecciones presidenciales fraudulentas en las que Ahmadineyad salió reelegido. Tanto así que el Departamento de Estado solicitó a Twitter que suspendiese el mantenimiento programado durante la crisis para impedir que el movimiento verde quedase incomunicado. Contacto con la realidad: la mayoría de los microblogueros que tuiteaban sobre los eventos en Irán y escribían en inglés estaban transmitiendo desde el exterior. La sensación de inmediatez pasaba por alto un dato evidente: ¿no es extraño que los organizadores de las protestas en Irán escribiesen en inglés y no farsi? Efectivamente, la mayoría eran exiliados que transmitían el mensaje de sus compatriotas a un público internacional. Es posible que las esperanzas milenaristas de los "maoístas digitales" (derecho de autor: Jaron Lanier) sean, por lo menos, exageradas. Para reforzar este punto, Gladwell procede a citar a mi historiador preferido, Robert Darnton:
Las maravillas de la tecnología comunicacional en el presente han generado una falsa conciencia sobre el pasado, incluso la sensación de que las comunicaciones no tienen ninguna historia.
De allí, Gladwell pasa a aplicar su bisturí a un contraejemplo del pasado: el movimiento de los derechos civiles de la población negra en el sur de Estados Unidos. La característica clave de este activismo "tradicional" (es decir, previo a Internet) que resalta Gladwell es la siguiente: fuerte compromiso interpersonal (los participantes en las protestas se conocían entre sí), lo que el sociólogo Doug McAdam denomina un fenómeno strong tie ("vínculo fuerte"). Este tipo de relación es la que permite a los individuos correr los riesgos (prisión, violencia física, incluso asesinato) implícitos en el desafío del sistema de segregación institucional conocido como "Jim Crow".
Las redes sociales modernas, en contraste, carecen de este tipo de vinculación: "El tipo de activismo asociado con los medios sociales no se parece en nada a esto. Las plataformas de medios sociales se construyeron alrededor de lazos débiles". Lo que no significa que estas redes carezcan de valor. Los vínculos débiles logran fomentar acciones pequeñas que, agregadas, se pueden volver gigantescas. Gladwell cita el ejemplo de un empresario que logró que 25.000 personas se inscribiesen en el registro nacional de EE.UU. de posibles donantes de médula ósea. El esfuerzo requerido para darse de alta es mínimo y el beneficio para la sociedad es inmenso.
Pero esto resulta muy distinto a imaginar que este tipo de activismo puede tumbar gobiernos autoritarios. Los organizadores de movimientos como los derechos civiles en los años 60 y los jóvenes iraníes de la Revolución Verde exigen mucho más a sus seguidores que simplemente tomar una muestra de su ADN y enviarla por correo. Golpizas, tortura, prisión y pérdida de empleos son apenas algunos de los costes de este tipo de activismo. Acota Gladwell:
Los evangelistas de los medios sociales no comprenden esta distinción; al parecer, creen que un amigo de Facebook es lo mismo que un amigo real y que inscribirse en un registro de donantes en Silicon Valley es activismo en el mismo sentido que sentarse en un comedor segregado en el Greensboro [Carolina del Norte, cuna de las protestas contra restaurantes segregados] de 1960.
No contento con esta herejía, Gladwell pasa a explorar un territorio aun más delicado: la posibilidad de que las redes sociales desestructuradas son menos efectivas que organizaciones más jerárquicas. Del lado positivo, las redes carentes de autoridad central son "enormememente resistentes y adaptables en situaciones de bajo riesgo". Pero del lado negativo:
Debido a que las redes no tienen una estructura de liderazgo central y líneas claras de autoridad, experimentan problemas serios a la hora de llegar a consensos y fijar metas. No saben pensar estratégicamente y son susceptibles de forma crónica al conflicto y el error. ¿Cómo puedes tomar decisiones difíciles sobre asuntos tácticos, estratégicos o filosóficos cuando la opinión de todos pesa por igual?
Miguel Llorens is a freelance financial translator based in Madrid who works from Spanish into English. He is specialized in equity research, economics, accounting, and investment strategy. He has worked as a translator for Goldman Sachs, the US Government's Open Source Center and H.B.O. International, as well as many small-and-medium-sized brokerages and asset management companies operating in Spain. To contact him, visit his website and write to the address listed there. Feel free to join his LinkedIn network or to follow him on Twitter.
1 comment:
Lo que presentan estos autores según lo que explicas, es entender a una red social como un ente único de organización y no un medio.
"Debido a que las redes no tienen una estructura de liderazgo central y líneas claras de autoridad, experimentan problemas serios a la hora de llegar a consensos y fijar metas."
Yo entiendo a las redes sociales como medios de comunicación masivos, bilaterales que dan herramientas para informarse y organizarse.
La jerarquía de una organización pasa por los individuos y no las herramientas que utilicen.
Así que puede ser un medio tan bueno o malo como los panfletos/carteles/mails/llamadas por telefono/sms/etc.
Solo que son de un posible acceso masivo.
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